lunes, 2 de febrero de 2009

Historia del que pidió demasiado poco

Plutarco Manfredi, en su juventud, había sabido ser, entre otras cosas, un ignoto –y también, digámoslo, fracasado- jugador de fútbol de las Divisiones más humildes. Según nos remiten los Sabios, tuvo la chance de entrenar alguna vez con la Primera de Aldosivi, bajo la aprobación de algún apurado préstamo provisorio. Cierto es que su fuerza física y su provechoso dominio del cabezazo le valieron más de un elogio, pero sus torpes movimientos y su poco control sobre la redonda lo hacían el hazmerreir de las tribunas visitantes. Se retiró intrascendentemente a los treinta y cuatro años, una tarde lluviosa y gris en que su equipo empató insípidamente 0-0 contra un combinado del barrio de Agronomía que hizo las veces de Sparring.
Bien sabidas y conocidas son las ventajas de pasar por debajo de un puente en el momento mismo en que un tren lo atraviesa: sólo debemos pedir un favor, y las incalculables fuerzas del Ángel de los Deseos nos reembolsarán sin chistar lo que nosotros tuvimos la justeza de pedir. Fue así que el Gaucho, como lo llamaban sus amigos, supo apresurarse a realizar su petición cuando al vadear un puente alto y desamparado fue sorprendido por una máquina de la línea Mitre. Y pidió así recuperar las bondades físicas de su juventud, la frescura de sus músculos y la dureza de sus huesos, retrocediendo con esto el Tiempo de su cuerpo material, extenuado y marchito; pidió tener la habilidad con la que siempre había soñado, la gambeta que lo desvelaba.
Sin embargo, siendo un tipo de limitada calidad, la verdad es que sus sueños eran humildemente pobres y austeros. Apenas si se complacía logrando algún que otro gesto patente, alguna simple maniobra distractora.
Con sus nuevas habilidades se presentó en varios clubes, sin ser siquiera probado a causa de su elevada edad, a pesar de su copiosa insistencia.
Tuvo, afortunadamente, la suerte de ser admitido en un entrenamiento de un menguado conjunto de Villa General Mitre, donde disputó un discreto partido con una actuación deslucida y no convenció al entrenador, a pesar de aquella asistencia de taco en el Primer Tiempo que el wing morocho no supo definir acertadamente.
Finalmente, Manfredi terminó por resignarse y puso un kiosco en la calle Álvarez Thomas, establecimiento que atiende hasta estos días, con una camiseta verde colgada en la ventana.

No hay comentarios: