lunes, 2 de febrero de 2009

Lágrimas

Llueve. Llueve gris, llueve fuerte, llueve violento, llueve marrón, llueve árbol, llueve mate. Llueve vivo, llueve muerto. Llueve apagado, chorreante, tenaz, limpio. Lluevo. Y por fuera también. Ahí es cuando uno tira la almohada al carajo, desafiante, erguido. Pero es vencido, derrotado, aplacado, mitigado. Si no fue él, fue aquello, o aquella, o lo de más allá, o ésto de acá, o lo que hay ahí. Fue él, fue ella, fue ésto, fue ésta, fue sombra, fue negro, fue esperanza, fue cordial. Como si quisiéramos salir a correr, desahogarnos, gritar, arrancarnos el pelo y gritar, desahogarnos, y gritar. Y salir a correr. A correr violento, a correr rojo, a correr ira. O como si quisiéramos prender la radio y cerrar los ojos. Ya voy hermano, ya voy. Es cartel, es claro, es lujo. Tenemos tiempo. Acá llueve, y allá llueve. En todos lados llueve. Y una lágrima se asoma, expectante, curiosa, tímida, temblorosa, sin vocación. Y cae por vez primera y última. O no cae, rueda. Rueda por la mejilla. O no rueda, se desliza. Se desliza hasta el mentón. Por el cuello, por el pecho, por el abdomen. Repta confiada y amenazante. Y desaparece, ya no se la encuentra más. Nadie sabe que esa lágrima ha caído, o no caerá nunca, no tiene identidad. Y ya cae otra, igual, idéntica. La misma, si viene al caso. Rueda, se desliza, repta, tiembla, goza, bosteza, cae rendida, extasiada, cumplida, llena. Ya voy, todavía hay tiempo. Han caído dos o tres más, no se, no las conté. Son la misma, de todas formas. Son todas y ninguna. La lluvia retoza sobre la ventana. Ahí cayó una gota. Una gota de lluvia. Rueda, se desliza. Aburre y desfallece, sin perder la elegancia. Ahí cayó una gota. Otra gota. La misma, al fin y al cabo. Ahora caen dos o tres más, no se, no las conté. El cielo llueve, las nubes llueven, el viento llueve, los truenos llueven. Yo lluevo. Una lágrima, otra, otra. Que andá sólo, hermano, que yo me quedo. Estamos lloviendo.

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